No soy Dios

No soy Dios y no puedo salvarte de lo que tú mismo puedes salvarte. Lo único que puedo hacer por ti es lo que ya hice: ofrecer de manera incondicional y absoluta la posibilidad de construir juntos. A decir verdad, no esperaba que sucediera pues los argumentos se mostraban totalmente en contra, pero una parte de mí creía en ti y en tu inteligencia.

No soy Dios y probablemente nunca voy a entender los motivos por los que una decisión llega sin siquiera haber considerado todas las variantes. Una hipótesis nunca vuelta teoría, pues no existió experimentación. Sin embargo, la resolución final me dejó con un hueco en el estómago y desasosiego emocional; por un lado la respeto, pero por otro lado la desprecio.

No soy Dios y procrastinar no es precisamente lo que yo considero una virtud y parece que es el mal de estos tiempos. Vivimos aplazándolo todo, pero sobre todo aquello que nos duele y lastima. El tiempo de las cosas es perfecto y cada una tiene su proceso, su principio y su fin. Pero cuando el más mínimo engrane de esa maquinaria no funciona y no permite a los demás avanzar es casi imposible poder tener resultados favorecedores.

No soy Dios y no entiendo qué sucedió, ni puedo meterme en la mente de nadie para leerlas. En qué momento la razón le ganó al corazón. Por qué no fue suficiente poner mi corazón en una mano y ofrecerlo sin condiciones, ni contratos, ni limitantes. Cuál fue el razonamiento para llegar al final del camino partiendo del Punto A al Punto B en línea recta sin dar un par de vueltas por los puntos C, D, E, F para saber qué había en ellos.

No soy Dios pero no puedo juzgarte. Ni tampoco cuestionarte. Y lo único que Dios y yo tenemos en común es que él, por ser quien es, perdonaría sin pensar cualquier obra u omisión y yo lo haría del mismo modo quizá pensándolo un poco, pero el resultado final sería el mismo: Paz entre tú y yo.

 
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