Hace poco leí acerca de Daniel. Lo encontré por casualidad y en realidad no lo conocí. Pero lo que Daniel nunca sabrá es que me ha dado mucho en qué pensar. Daniel ha muerto. Al parecer una enfermedad sin cura le arrebató las ganas de vivir y se fue diluyendo poco a poco hasta que desapareció. Lo que leí acerca de Daniel fue justamente la crónica de su disolución y debo de confesar que nunca había leído algo tan crudo y tan lleno de desesperanza.
La enfermedad de Daniel llegó por sorpresa. Ni siquiera se imaginaba que la tenía. Un día asistió al hospital a donar sangre para su abuela enferma y al hacerle los exámenes los médicos notaron que algo sucedía, por lo que lo internaron y el diagnóstico fue fulminante. A Daniel le quedaban 6 meses de vida. No había nada que hacer, ni tratamiento que buscar. Daniel prefirió no decir nada a nadie mas que a su familia, pues no quería recibir muestras de lástima de nadie.
Daniel pensó en el suicidio, pues pensaba que únicamente sería acelerar lo que sucedería irremediablemente, pero después de mucho meditarlo llegó a la conclusión de que sería demasiado cobarde hacerlo y decidió vivir el tiempo que le quedaba.
Después de leer esa parte, pensé que Daniel intentaría sacar provecho de todo ese tiempo haciendo lo que más quisiera hacer, estar con la gente que lo rodeaba el mayor tiempo posible o incluso viajar. Pero seguí leyendo y descubrí todo lo contrario, pues Daniel se sumió en una depresión que lo llevó a alejarse de sus amigos, de su trabajo, de aquellas cosas que lo hacían feliz. Parecía no entender que todo eso es lo que da la energía para seguir adelante.
Poco a poco fue alejando a quienes lo buscaban. Pasaba los días lamentándose y cuestionándose por qué le sucedía eso a él. Todo el tiempo pensaba en qué fue lo que había salido mal y por qué la vida le jugaba esta mala broma si él siempre había sido una buena persona, de esas que no hacen daño a nadie, que siempre tienen palabras positivas para los demás. La tristeza no lo dejaba ver más allá de sus propias tribulaciones.
No entendía que el tiempo es perfecto y que cada organismo vivo tiene el propio, algunos tienen más que otros, pero al final todos dejaremos este mundo. Que incluso, si lo hubiera visto más filosóficamente, quizá hubiera entendido que todos tenemos una misión en el mundo y que lo dejamos una vez que la cumplimos, sea cual sea.
Daniel murió exactamente 6 meses después. Su última entrada es escalofriante. La dejó escrita y la subió poco antes de morir. En ella se puede leer toda la angustia que sentía en ese momento por irse, por dejar su vida inconclusa, por no haber hablado con nadie. Daniel sabía que causaría dolor en la gente que lo rodeaba y a quienes tomaría por sorpresa su muerte. Sabía que debía de haberlo dicho. Sabía que era lo menos que podía hacer y que era injusto no hacerlo, pero decidió quedarse en silencio y ahora tampoco entendía con qué fin lo había hecho en realidad.
Después de leer la historia de Daniel me quedé pensando en lo temporales que somos. En lo poco que tenemos y somos. En que de nada sirve vivir queriendo tenerlo todo si al morir no nos llevamos nada. Que lo único que tenemos es el calor de la gente que nos rodea y que eso no debemos de alejarlo de nuestra vida sean cuales sean las circunstancias.
Daniel es el ejemplo de que una decisión es personal, pero no siempre es la mejor. No puedo juzgarlo por haberla tomado, ni me imagino los motivos que tendría paran querer morir en completa soledad. Lo que sí sé es que sus últimos momentos hubieran sido más llevaderos si se hubiera rodeado de aquellos que lo querían. Y eso lo supe después de leer todos los comentarios que dejó la gente en su blog después de su última entrada, la de la despedida.
Decidí hablar de Daniel porque estos son tiempos difíciles en los que todos estamos expuestos a miles de cosas y lo mejor que podemos hacer es mantenernos juntos y comunicados; protegidos bajo el techo de aquellos que nos procuran y nos conocen; que no juzgarán nada de lo que hagamos; que nos darán los mejores momentos y las más sinceras sonrisas.
A Daniel le deseo el descanso eterno en otro lugar mejor que aquí. Y a quienes quedamos en este planeta, el deseo de que nunca pasen por lo que pasó Daniel. Y que si sucede, sepan que no están solos.
La enfermedad de Daniel llegó por sorpresa. Ni siquiera se imaginaba que la tenía. Un día asistió al hospital a donar sangre para su abuela enferma y al hacerle los exámenes los médicos notaron que algo sucedía, por lo que lo internaron y el diagnóstico fue fulminante. A Daniel le quedaban 6 meses de vida. No había nada que hacer, ni tratamiento que buscar. Daniel prefirió no decir nada a nadie mas que a su familia, pues no quería recibir muestras de lástima de nadie.
Daniel pensó en el suicidio, pues pensaba que únicamente sería acelerar lo que sucedería irremediablemente, pero después de mucho meditarlo llegó a la conclusión de que sería demasiado cobarde hacerlo y decidió vivir el tiempo que le quedaba.
Después de leer esa parte, pensé que Daniel intentaría sacar provecho de todo ese tiempo haciendo lo que más quisiera hacer, estar con la gente que lo rodeaba el mayor tiempo posible o incluso viajar. Pero seguí leyendo y descubrí todo lo contrario, pues Daniel se sumió en una depresión que lo llevó a alejarse de sus amigos, de su trabajo, de aquellas cosas que lo hacían feliz. Parecía no entender que todo eso es lo que da la energía para seguir adelante.
Poco a poco fue alejando a quienes lo buscaban. Pasaba los días lamentándose y cuestionándose por qué le sucedía eso a él. Todo el tiempo pensaba en qué fue lo que había salido mal y por qué la vida le jugaba esta mala broma si él siempre había sido una buena persona, de esas que no hacen daño a nadie, que siempre tienen palabras positivas para los demás. La tristeza no lo dejaba ver más allá de sus propias tribulaciones.
No entendía que el tiempo es perfecto y que cada organismo vivo tiene el propio, algunos tienen más que otros, pero al final todos dejaremos este mundo. Que incluso, si lo hubiera visto más filosóficamente, quizá hubiera entendido que todos tenemos una misión en el mundo y que lo dejamos una vez que la cumplimos, sea cual sea.
Daniel murió exactamente 6 meses después. Su última entrada es escalofriante. La dejó escrita y la subió poco antes de morir. En ella se puede leer toda la angustia que sentía en ese momento por irse, por dejar su vida inconclusa, por no haber hablado con nadie. Daniel sabía que causaría dolor en la gente que lo rodeaba y a quienes tomaría por sorpresa su muerte. Sabía que debía de haberlo dicho. Sabía que era lo menos que podía hacer y que era injusto no hacerlo, pero decidió quedarse en silencio y ahora tampoco entendía con qué fin lo había hecho en realidad.
Después de leer la historia de Daniel me quedé pensando en lo temporales que somos. En lo poco que tenemos y somos. En que de nada sirve vivir queriendo tenerlo todo si al morir no nos llevamos nada. Que lo único que tenemos es el calor de la gente que nos rodea y que eso no debemos de alejarlo de nuestra vida sean cuales sean las circunstancias.
Daniel es el ejemplo de que una decisión es personal, pero no siempre es la mejor. No puedo juzgarlo por haberla tomado, ni me imagino los motivos que tendría paran querer morir en completa soledad. Lo que sí sé es que sus últimos momentos hubieran sido más llevaderos si se hubiera rodeado de aquellos que lo querían. Y eso lo supe después de leer todos los comentarios que dejó la gente en su blog después de su última entrada, la de la despedida.
Decidí hablar de Daniel porque estos son tiempos difíciles en los que todos estamos expuestos a miles de cosas y lo mejor que podemos hacer es mantenernos juntos y comunicados; protegidos bajo el techo de aquellos que nos procuran y nos conocen; que no juzgarán nada de lo que hagamos; que nos darán los mejores momentos y las más sinceras sonrisas.
A Daniel le deseo el descanso eterno en otro lugar mejor que aquí. Y a quienes quedamos en este planeta, el deseo de que nunca pasen por lo que pasó Daniel. Y que si sucede, sepan que no están solos.
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